Homenaje a Fernando Terremoto

Noche de duende y emociones

La noche presentaba de antemano todos sus ingredientes artísticos para que los espectadores del Teatro Villamarta saliesen del coliseo con la emoción lógica después de un sentido y profundo homenaje a un hombre cabal que lo dio todo por la causa del flamenco: Fernando Terremoto, un gran representante de una forma de ser y estar dentro de un arte andaluz ya felizmente universalizado. Los preparativos fueron minuciosos y, en consecuencia, la función tuvo que salir bien. Se notaba que había un gran interés en los artistas porque todo quedara en su sitio correcto, en el corazón, para tributarle, con cariño y sentimiento a Terremoto, un trozo de lo mejor que cada uno lleva dentro.

Es necesario no hacer demasiado extensa la crónica, porque su duración no se prolongó en exceso. Hubo de todo y no sobró de nada, ¿qué más, entonces, se puede pedir? Desde la propia presentación de la velada, a cargo de José María Castaño, hasta el último fin de fiesta, todo tuvo mucho encanto. El elenco de la reunión dio la talla, ofreció la magia precisa, las dosis de duende exactas y el público se entregó a las primeras de cambio en cerradas ovaciones a los artistas, siendo el primero en llevárselas un cantaor catalán afincado en Andalucía y que siente por Jerez algo indescriptible: Miguel Poveda. Acompañado a la guitarra por un formidable Jesús Guerrero y a las palmas –magníficos– por Carlos Grilo y Luis Cantarote, Miguel comenzó su recital de homenaje a Terremoto con una canción por bulerías poniendo toda su alma en la interpretación. Hoy día pocos cantaores ofrecen esa variada gama de asombrosos registrosos de Poveda, que lo mismo hace con credibilidad una canción, como fue en este caso concreto, que un cante flamenco. Acto seguido interpretó una seguiriya y ya el respetable, que se había encendido ante la capacidad emocional del intérprete, acabó por entregarse de manera definitiva y entusiasta. ¡Qué seguiriya rematada por cabales! Pasó por todos los registros de un cante con tanta jondura y en todos los tercios salió airoso, dejando a los oyentes en un estado de letargo, por esa sacudida emocional que provoca el flamenco cuando se ha dicho con la misma voz de la sangre. Miguel Poveda empezó a relatar cómo conoció a Fernando y la anécdota hizo aflorar algunas risas en un Villamarta que casi se llenó por completo para ver la función. El término de la participación de Poveda por alegrías de Cádiz. No contento con traernos toda la sal de la Bahía, remató con bulerías de la Tacita de Plata y un baile del propio Miguel sin levantarse de la silla. ¡Genial!

Diego Carrasco es un artista aparte, está claro, para bien o para regular, mas creo que rara vez para mal. Es cantaor, guitarrista –ayer, sin embargo, no tocó la guitarra ni un instante–, pero creo que, por encima de todo, es una persona con sensibilidad, que siempre ha sabido estar cuando, por circunstancias como las de ayer, es decir, un homenaje a un compañero fallecido, siempre ha dado la cara. Ciertamente y en honor a la verdad, apenas se le entiende lo que canta; eso le resta lucidez a sus números. Pero derrocha compás y, a pesar de todo, le imprime gracia a las letras, muy bien acompasadas. Le secundaron Curro Carrasco (de Navajita Plateá) a la guitarra; Carmen Amaya y Maloko en palmas y coros; y Ané Carrasco y Juan Grande a la percusión. Número de transición, pero interesante, por qué no.

El baile del jerezano Antonio El Pipa y el cante de su tía Juana la del Pipa es una referencia gozosa que tiene el pueblo de Jerez por bandera. Hemos vista en infinidad de ocasiones a este dúo familiar en los escenarios de la ciudad, ya sea en el propio Teatro Villamarta, como en la Plaza de Toros en alguna Fiesta de La Bulería. El número de El Pipa se concretó por soleá. Tiene la voz de Juana un duende inefable, de esos que sólo surgen esporádicamente en el flamenco. A fuerza de cantar y cantar, su eco de ha convertido en un poderoso caudal afillao. El cuadro lo completaron Pascual de Lorca y Javier Ibáñez a las guitarras; en palmas, Gori Muñoz, Luis de la Tota y Joaquín Flores. Antonio baila con sutileza, como sin querer molestar, porque le basta su altura –en todos los sentidos: física y artística– para poner en evidencia su grandeza –otra vez diré en todos los sentidos–, la solera transmitida a través de la sangre de una familia de rancia estirpe flamenca. El Pipa no presume de nada, pues no le hace falta; su baile enciende a las musas y recrea con elegancia los cánones más puros del baile.

En cuarto lugar –no hubo descanso– aparece otro bailaor. Incatalogable: loco, genio... ¡quién sabe! Me refiero al sevillano Israel Galván. El malogrado Terremoto figuraba en su compañía y, por tanto, el bailaor tenía una especie de obligación moral, por así decirlo, para estar allí en las tablas del escenario del Villamarta y hacer lo que sólo él sabe a la perfección: revolucionar. Su estilo no tiene nada que ver con academias, modas, estilos o tendencias. Sin lugar a dudas, su baile parece decir, como diría el filosofo español José Ortega y Gasset, "yo soy yo y mis circunstancias". Él solo en el escenario con la sola presencia musical de una guitarra, extraordinaria, la de Alfredo Lagos, quien comezó haciendo un toque en solitario por fandangos de Huelva. Remató la labor Israel bailando... ¡fandangos! Sí, para este hombre, amante de los retos, no hay nada imposible, y lo demostró con creces, haciendo de su intrepretación al baile por fandangos una auténtica obra maestra.

El presentador, José María Castaño, llamó al escenario, justo después de la intervención de Israel Galván, a presidentes de los distintos estamentos de las peñas de Jerez, así como a la alcaldesa de la ciudad, Pilar Sánchez; a la delegada de Cultura, Dolores Barroso;a Luisa, la hermana de Fernando; a Juan Ángel Blanco, presidente de la Peña de Fernando Terremoto, etc. Se le entregó a Luisa un ramo de flores que lo dejó al lado de una silla vacía que había desde el principio del espectáculo a un lado del escenario. Esa silla, con una chaqueta puesta y al lado una guitarra, representaba a Fernando Terremoto. Momento muy emocionante en el que fueron por turnos tomando la palabra las personas citadas con anterioridad para transmitir, en nombre de todos los que habían hecho posible el homenaje, las gracias al público asistente al coliseo jerezano. La alcaldesa de Jerez de la Frontera, Pilar Sánchez, dijo que se le dedicaría a Terremoto una rontonda en la barriada de La Asunción, donde vivía el artista fallecido el pasado mes de febrero.

El epílogo de la velada tuvo por protagonista al cante y al baile de Jerez por antonomasia: la bulería. Un nutrido cuadro, denominado Jerez canta a Fernando Terremoto, puso lo mejor de sí mismo para arrancar por bulerías a los duendes que aún quedaban por aparecer. Al cante estuvieron José Carpio Mijita, Joaquín El Zambo, Luis de Pacote, El Pescaílla, Manuel Garrido, Pedro Garrido, Felipa del Moreno, Rosario La Melchora, Nono de Periquín, Juan de la Morena, Maloko, Fernando de la Morena Hijo y Manuel de la Curra; al baile, Diego de Margara, Tía Bastiana, Tía Curra, Tía Yoya, Ane de Carrasco, Manteca, Salvaora y Juan Diego Valencia; a las guitarras, Fernando de la Morena, Miguel Salado, Manuel Valencia, Antonio Higuero y Monito Jerez; a las palmas, Diego El Cabero y El Bo; a la percusión, Luis Carrasco Periquín.

Y con la lógica alegría de los organizadores (la Federación Local de Peñas Flamencas de Jerez, la Delegación de Cultura y Fiestas del Ayuntamiento de Jerez y la Agencia Andaluza del Flamenco) se bajó el telón, pero para siempre nos quedará el recuerdo imborrable de todos esos cantes, toques y bailes hechos con simpatía y mucha ternura, dedicados a quien fue uno de los puntales básicos del flamenco jerezano y por extensión andaluz en la última década: Fernando Terremoto. El recuerdo del gran Fernando ha quedado muy honrado a través de este precioso homenaje que ha querido que su llama artística no se extinga en el imaginario de todas las personas que aman el flamenco.


Luis Román Galán, le 03/10/2010


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