Ballet Flamenco de Andalucia

Entre momentos y movimientos

Se abre el telón. Un año más. Y ya van dieciséis. El Festival de Jerez inauguró una nueva edición de su certamen -como viene siendo habitual- con un estreno. ‘Metáfora’, del Ballet Flamenco de Andalucía, y comandada por el bailarín y coreógrafo Rubén Olmo, fue la propuesta encargada de dar el aldabonazo de salida.

Para esta puesta de largo el artista sevillano bifurcó el montaje en dos partes. Entre lo flamenco y lo clásico. Soslayando pretensiones grandilocuentes. Sin artilugios. Pensando en un formato adaptable a la mayoría de los teatros. Con una puesta en escena sencilla, en la que la escenografía se limita a tan sólo un par de elementos contrapuestos. Una más minimalista e intelectual, que escenifica una neurona ataviada de un inmenso telón rojo que dibuja el camino hacia la ubicación en altura de los músicos. Y otra más explícita, un portón morisco que vislumbra la vertiente más clásica.

Y bajo estos mimbres se presentó la propuesta. Con una obertura por parte del cuerpo de baile masculino por bulerías. Anticipo de las ‘Alegrías de Coral’, donde las bailaoras –engalanadas con bata de cola aguamarina- homenajearon a la escuela sevillana. Y escoltaron a una de las artistas invitadas, Pastora Galván, que destacó por su fuerza, gentileza y flamencura. Su bata de cola roja se paseó por el proscenio con el aire vigoroso que la caracteriza. Primer momento.

Tras el aluvión, la calma en forma de taranta. Un baile que abrió el bailaor Eduardo Leal, y que se rubricó de forma más que interesante en un paso a dos con Patricia Guerrero.

De nuevo Pastora. Bajo los acordes evocadores al maestro de Sanlúcar, la bailaora sevillana llenó el espacio por bulerías. Con trapío. Con esa muñeca ensoñadora. Con desparpajo. Rindiendo pleitesía a su madre, Eugenia de los Reyes. Segundo momento Vuelta a lo grupal. El cuerpo de baile al completo. Por tangos. Fin de la primera parte.

Tras el descanso, turno del coreógrafo Rubén Olmo. Representando la vertiente más clásica –vertebrada en cuatro movimientos-. Embullido en los sones de la orquesta de Córdoba –ubicada en el foso del coliseo jerezano-, danzando sobre la música de Agustín Diassera y Jesús Cayuela. Y contextualizando magistralmente el devenir de la segunda parte del libreto. Tercer momento. Dando paso a dos movimientos de toda la compañía –entre verdiales y galaicas-, que prepararon el camino hacia el otro momento cumbre la de la noche. La intervención de Rocío Molina. Que sedujo a los presentes con un danzar inefable que brilló con luz propia por todo el patio morisco. Cuarto momento.

El cuerpo de baile sentenció el montaje con una nutrida pieza final muy trabajada.


Carlos Sánchez, le 24/02/2012

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